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Es ya un hecho, que el juicio por agresiones sexuales conocido como “La Manada”, ha sido en mayor medida un juicio hacia la víctima, y su comportamiento, tristemente, que hacia el comportamiento de sus violadores. Tanta referencia se ha hecho a la conducta de la víctima, y tal ha sido el peso de la descompensada sentencia que ha recaído sobre su comportamiento, que ha ofendido la dignidad de prácticamente cada ciudadano español, hombre o mujer.

Pero realmente… ¿Cuál fue el comportamiento de la víctima antes y durante la agresión? ¿Cuál fue y será su comportamiento a partir ese momento?

La ciencia psicológica, con sus millones de casos de experiencia seguro nos dará una respuesta más que aproximada…

Pasando muy de largo las razones por las que la víctima no se defendió, y dando por hecho (que es mucho dar) que los jueces estaban versados en este tipo de situaciones delictivas, en el que el cerebro de la víctima la paraliza para evitar riesgos mayores a la integridad física y psíquica, la disocia mentalmente de ese momento para evitar la conciencia del dolor, y literalmente por si fuera poco, su cerebro la droga mediante analgesia para reducir el dolor físico…

Me gustaría hablar ya que tanta importancia le han concedido sus señorías, y sin tapujos, del comportamiento de la víctima a partir de ese día… A partir de ese día y durante, pongamos por ejemplo, los 9 años de condena que sus “abusadores” cumplirán, o los 6 que finalmente cumplirían si muestran una buena conducta con reducción de su pena.

Ni qué decir tiene, que a partir de aquella desgarradora noche, su vida no volverá jamás a ser normal… A partir de ese día, esta víctima desarrollará con una certeza casi absoluta, lo que se conoce como Trastorno Por Estrés Postraumático.

O lo que es lo mismo, su comportamiento a partir de ese día, estará marcado por esa misma noche cada minuto de su vida.

Al comienzo del día, habrá dormido muy pocas horas, y ninguna del tirón, porque se habrá despertado angustiada por las pesadillas constantes, que le harán revivir una y otra vez aquella situación, aquel dolor, aquella humillación, aquella impotencia… Se levantará por ello, sudada, amarillenta, mal oliente… Como una mala noche de esas que todos tenemos, sólo que un día detrás de otro.

Su vida, ya no será la de antes. No podrá trabajar o estudiar, o si lo hace, necesitará llevar a cabo mil y una conductas de seguridad que le den la tranquilidad de que nada le pasará. Como llevar el móvil encima siempre cargado, por ejemplo. O ir acompañada de un familiar constantemente. Se preocupará también por elegir ropa poco llamativa para evitar otro suceso traumático, o no. Tal vez desprecie su cuerpo hasta tal punto que le dé igual lo que le pase, e incluso lo arriesgue para provocar una muerte y el fin de su dolor…

Un millón de veces más, se preguntará qué hizo mal, que debió hacer de otra manera. Se cuestionará si tuvo la culpa… Repasará internamente ese día una y otra vez, esa escena una y otra vez. Cada palabra, cada gesto. Una y otra vez. Lo hipervigilará constantemente, será a partir de ahora su tema de conversación consigo misma una y otra vez (y con los demás! Quiera o no…). Y a veces no podrá parar… Y se angustiará tanto, que le faltará la respiración y pensará que va a morir y nada la calmará, y tendrá múltiples ataques de ansiedad, que la asustarán y limitarán mucho su día a día.

También tendrá imágenes inesperadas que vendrán a su mente cuando ellas quieran, sin venir a cuento, en forma de flashbacks, que no podrá controlar tampoco… Y que con mucha facilidad le activarán angustia, que podrá asociar a nuevas situaciones sin poderlo remediar. Pudiendo acabar temiendo un plato de arroz sólo porque una vez su mente le flasheó con un recuerdo mientras comía una paella.

Por supuesto, cada minúscula cosa, sonido, voz, o sensación de aquél momento traumático, lo llevará grabado a fuego en su memoria emocional. Lo que significará que acercarse a cualquiera de ellos le provocará un pánico igual o mayor al de aquel día, que no podrá controlar, y que le invadirá y le dejará horrorizada. Y con total seguridad desembocará en un ataque de ansiedad… Cualquier cosa, la noche, el quedarse a solas con una amiga, el hablar con un amigo, el sexo, su propio sexo, un agarrón de una amiga que la va a saludar, una entrevista de trabajo en la que no sabe si estará sola, un ascensor, un baño de un centro comercial en el que no haya nadie… Un policía…

¿Os imagináis que la figura de protección por excelencia fuera vuestra figura de tortura por excelencia? ¿Cómo nos sentiríamos si nos parase en un control por la noche la guardia civil?

La noche… Tardará mucho en volverse bohemia, romántica y misteriosa para la víctima… Mucho… Se acabó por mucho tiempo su época del galanteo…. Su vacaciones con los amigos…. Costará muchos días, meses, años… Mucho esfuerzo, constancia, trabajo y mucho dinero invertido en salud privada, antes de que un hombre la pueda volver a acariciar, besarla, y hacerla sentir una mujer única y excepcional…. Pasará entonces mucho tiempo, antes de volver a sentirse amada por un hombre, querida, mimada…. Mucho, mucho tiempo antes de que sus tacones golpeen con firmeza y seguridad la piedra de las aceras, y de que su propio eco lejos de perturbarla le inste confianza (nos costará a todas…). Le costará mucho, volver a sentirse limpia, y limpiar los restos de suciedad que le ha dejado una sentencia que la responsabiliza implícitamente a ella y no a sus malhechores. Vivirá con pánico constante noche y día… Y al llegar la noche, la tortura de aquellos pensamientos, de aquellas dudas y de estas culpas… No la dejará tomar descanso, no podrá dormir. Y así comenzará un nuevo día… Y otro…

Y lo peor, aún siendo muy valiente y superándolo, que lo superará porque ahí estaremos los profesionales de la salud mental para acompañarla toda la vida… Este infierno le acompañará mucho más de 9 años: Toda la vida… Durante la cual, estará latente en ella, como un atajo mental, que en cualquier momento (un chico que la bese por sorpresa, un día que se le haya hecho de noche, o simplemente una voz, o cualquier otra chispa) que ni si quiera ella sabe cuál puede ser, volverá a encender todo este mecanismo de nuevo colocándola en el punto de salida, que nuestra víctima deberá a volver a des-alarmar. Y digo nuestra víctima, porque permitiendo estas sentencias, estamos violando su dignidad todos. Con todo el esfuerzo temporal, psicológico, físico, afectivo, social y económico que significa volver al punto inicial… Punto inicial que llegará, sin duda, cuando ellos sean libres de nuevo…

¿Se os ocurre un peor averno para vivir? O peor aún… ¿Se os ocurre un peor castigo infernal para vivir siendo joven?

Imagino, que sus señorías (y es mucho imaginar) ya tuvieron en cuenta este conocimiento científicamente demostrado sobre el comportamiento de la víctima, que tanta importancia les suscitó. Y tuvieron a bien igualarlo a la magnitud de la pena de sus violadores. Porque si este comportamiento será así para ella para toda la vida… Para toda la vida será también la experiencia penitenciaria de sus violadores…

Con la única salvedad de que ella no eligió ese comportamiento, no lo planeó o premeditó días o meses antes, no lo disfrutó y no eligió sus consecuencias, no elegirá revivirlas psicológicamente. Y esta imposición del sufrimiento (amén de la consideración de violación y amén doble para un cuerpo de seguridad del estado), debiera sentar una sentencia judicial señorías, que derrochase justicia.

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