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CUANDO ERES TÚ EL QUE HACE DAÑO EN EL AMOR

Es inevitable… A veces la vida nos sitúa en el lado amargo del desamor. En el del triste y melancólico sufrimiento vacío de no ser amados, correspondidos, deseados… O no al menos como nosotros necesitamos, queremos y anhelamos

Y en otras ocasiones, necesariamente, la vida nos sitúa en el polo contrario siendo nosotros la persona que hace sufrir al otro por amor.

De cuando nosotros hacemos daño por amor, bien poco se habla. Y es que no nos gusta esa parte de nosotros egoísta, insensible y mala (a simple vista al menos), que ocasiona sufrimiento a otra persona. No nos gusta esa etiqueta de “mal-hechores”.

No nos sentimos orgullosos de ello normalmente. Es más, son comportamientos que no nos gusta realizar, nos incomodan y nos crean culpabilidad. Incluso a veces, nos llevan a soportar malas relaciones por el temor a herir al otro o el temor a los propios sentimientos que vendrán después. Sentimientos, por cierto, de los que no solemos hablar y tendemos a evitar con facilidad. Incluso cuando esas emociones nos estén generando a veces tanto o más sufrimiento que el daño que hemos ocasionado o podamos ocasionar.

Cuando eres tú el que hace sufrir por amor, no está demás, jamás, pedir perdón. Eso es de sobra conocido. Pero el perdón de otro ¿acaso hace que uno se perdone a sí mismo? En absoluto…

Y entonces uno se queda con ese sabor de boca ácido, que nos avergüenza, machacante a veces, repetitivo y por supuesto culpatorio, del que no sabe muy bien cómo deshacerse. Y ahí que lo vamos llevando, arrastrando… Difuminando en nuestros días… Además de ir dejando un poso, aunque invisible, que quizás nos haga más vulnerables en otras ocasiones futuras.

Y es cuando más callamos, precisamente, cuando más tendríamos que hablarlo, compartirlo, y normalizarlo con nuestros íntimos y más cercanos, para empezar a aceptarlo y empezar de esta manera también a perdonarse uno mismo. Es necesario perdonarse a uno mismo, para que no volvamos a herir, ni tampoco nos hieran en otra relación por este poso de culpabilidad mal manejado que un día ahí dejamos. Para que uno por sentirse culpable no se dé en exceso a una persona que no merece, o tampoco se dé de menos porque haya interiorizado que es una persona hiriente.

Cuando herimos a otra persona por amor o desamor, es porque no queda alternativa, o no hemos sabido buscarla, encontrarla, o no hemos podido crearla o qué se yo…

Quizás no sólo de nosotros dependa un daño amoroso, sea este del tipo que sea (pareja, hijos, padres, amigos..), quizás también haya dependido de las circunstancias, y claro está, de las propias particularidades y características de la persona herida

Por supuesto, cuando uno hace daño, nada justifica el hecho de que ese daño fuera susceptible de ser reducido, aminorado, amortiguado o paliado de alguna forma. Pero cuando ya está hecho, ¿qué importancia tiene ya el cómo pudiera haber sido?

Para perdonarse a uno mismo, hay que comenzar por entender que lo verdaderamente importante es que ese sentimiento no nos gusta, nos duele, nos molesta y no nos hace sentirnos orgullosos. Lo que ya dice bastante de nuestra personalidad.

Somos personas, ni buenas ni malas, que hacemos algo que no está bien, sí. Pero quién dice que se podría haber hecho mejor… Y de hacerse mejor, quién dice que no hiriésemos igual… Quién dice que lo hiciésemos con maldad… Quién dice una persona no pueda cometer errores… Y quién se atrevería a decir que el error hubiera sido el no cometerlo precisamente… Porque, quién sabe si esa herida que hacemos, se convertirá en la gran fortaleza de esa persona herida…

Es inevitable. No somos perfectos. Y por supuesto, no encajamos perfectamente tampoco.

Somos imperfectos afortunadamente, cometemos errores y otros los cometen con nosotros mismos. Y nunca dependen estos exclusivamente de nuestra personal disposición

Así, unas veces representaremos a la persona dolida y ajada por amor, y desde ese papel podremos aprender por nosotros mismos la lección de quererse más a uno mismo, por ejemplo, o cualquier otra que nos hiciese falta aprender. De la misma forma que otras veces nos tocará representar el papel contrario, para que también otros puedan crecer en otras enseñanzas pendientes que tengan de la vida. Teniendo presente que, de un lado u otro y bien manejado, siempre se aprende algo. Y siempre se sale fortalecido.

Que son necesarios nuestros aciertos, y también nuestros cuidados errores en nuestra vida y en la de los demás… De la misma forma que lo son los errores de los demás… (Dentro de unos límites permisibles, claro..)

¿De qué otra manera sino es esta, se hubieran nutrido y se nutrirán los versos, las canciones, las novelas y los cuentos?

Es inevitable…

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